Cada
célula que sale del seno de Dios es mitad positiva y mitad negativa, o sea, que
en el lenguaje de los humanos, y en el plano humano, la célula primitiva, o el
átomo original, es femenino y masculino. Al poco tiempo de estar evolucionando,
se separan los dos sexos y continúan evolucionando cada uno por su lado hasta
el encuentro definitivo, al final de los catorce mil años que se necesitan para
adquirir la conciencia espiritual.
Estos dos sexos son entidades separadas, independientes,
destinadas a formar “pareja” algún día. Sin embargo, los hay que no desean
separarse. Estos son los que Jesús llamó “eunucos por causa del reino
de los cielos”.
Es altamente confortante para todo aquel o aquella que se
encuentra solitario en el camino de la vida; o que se considera infeliz y mal
casado, saber que en algún plano, encarnado o desencarnado, no importa, pero
existe “Él” o “Ella”, la otra mitad perfecta de cada uno, esperando unirse a su
alma gemela, y que tenemos todo el derecho que nos asiste de reclamar esa unión.
Si nuestra alma gemela está desencarnada nos uniremos en el otro plano. Si está
encarnada, nada ni nadie más puede mantenernos separados. La ley arregla todo
armoniosamente para todo el mundo si así lo pedimos “DE ACUERDO CON LA VOLUNTAD
DIVINA, BAJO LA GRACIA Y DE MANERA PERFECTA”. Y esa otra mitad nuestra es
exactamente lo que buscamos y deseamos. Lo que nos conviene por perfecta
afinidad. Muchas veces, en vidas pasadas nos hemos encontrado, nos hemos unido,
y es ese recuerdo el que nos hace vivir buscándola.
Las doctrinas fabricadas erróneamente por los humanos han
intercalado una ley que dice “lo que Dios ha unido, que ningún hombre separe”.
Es exacto, pero la interpretación está errada. Se cree que esto se refiere al
matrimonio efectuado en una iglesia con palabras pronunciadas por el religioso
autorizado. No es así. Ya hemos visto que se refiere a la unión original de la
pareja primitiva, simbolizadas por Adán y Eva. Y no es una amenaza contra el
divorcio que es simplemente una solución humana, sino que es un consuelo
ofrecido por la infinita ternura de Dios nuestro Padre, como para confortarnos
diciéndonos “no temas hijito mío, tienes tu amor de siempre y para siempre”.
Metafísicamente, los que se hacen eunucos por el reino de los
cielos son los humanos que anhelan elevarse, aprender, y estudiar lo relativo a
los planos superiores. Pero como dijo el Maestro, “El que sea capaz de recibir
esto, que lo reciba”.
Observen ustedes que los grandes Maestros evitan pormenorizar
cuando se habla de ese mandamiento. Hacen tal como hizo Jesús, dicen algo
críptico, y que lo comprenda el que sea capaz de comprenderlo. ¿Por qué? Porque
la mente de esta Quinta Raza Raíz que somos nosotros, está evolucionando entre
dos planos. Tiene gran parte animal aún, y el animal ni raciocina ni sabe
controlarse. Si le dan la luz verde se desborda. Si le ponen la roja se fulmina
él mismo. Es un punto de equilibrio muy difícil de mantener.